Quizás tú no le des importancia, pero a mí me molesta.

No le mires a él, mírame a mí cuando tengas una curiosidad de deporte.

 

No le mires a él, mírame a mí cuando quieras ver un partido.

 

No le mires a él, mírame a mí para ir a entrenar.

 

No le mires a él, mírame a mí para saber si aquélla jugada fue un fuera de juego.

 

 

No le mires a él, mírame a mí si quieres que organicemos una despedida de soltera y soltero.

 

 

No le mires a él, mírame a mí si necesitas encontrar algún lugar en el mapa.

 

 

No le mires a él, mírame a mí si te gustaría comentar la potencia de tu nuevo coche.

 

 

No le mires a él, mírame a mí si te apetece tomar una copa después de comer.

 

No le mires  a él, mírame a mí si quieres que alguien cate el vino.

 

No le mires a él, mírame a mí para que te ayude a cambiar la rueda del coche.

 

No me mires para que te aconseje de ropa.

 

No me mires para que opine sobre los pensamientos de una chica.

 

 

No me mires para ayudarte a entender qué quiere tu hijo.

 

 

No me mires para ayudarte a coser un botón.

 

No me mires para que organice una cena con la familia.

 

No me mires para poner la mesa.

 

No me mires para que comentemos sobre vidas ajenas.

 

No me preguntes en qué lugar te podrían lavar una chaqueta de piel… ¿por qué? Porque por el mero hecho de ser mujer: NO LO SÉ.

 

No me hagas sentir diferente, no me menosprecies, no me dejes de lado en unas conversaciones y en otras quieras que te dé toda mi atención. No me quiero sentir excluida, simplemente, por ser mujer.

 

Ya sé que todo empezó por una simple pregunta, le miraste a él e ignoraste mi voz cuando querías saber qué último jugar fichó un equipo de fútbol. Él no se acordaba, yo te lo decía, pero para ti sonaba más el silencio que mis palabras, porque jamás pensaste que yo podría saberlo, simplemente por ser mujer. Y ahora no me digas que hemos avanzado de un tiempo a esta parte, porque hoy he tenido que gritar, otra vez, para que se me oiga.

 

Simplemente, por ser mujer. 

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¿Hasta qué punto somos conscientes?

Escuchar en todo los medios de comunicación el suicidio de una pareja por haber sido notificado su desahucio, da que pensar. Siempre me he preguntado cuál debería ser el adjetivo que va de la mano del suicidio, si la cobardía o valentía. Defendiendo el primero nos encontraríamos en el punto de mira de aquéllos que piensas que el cementerio está lleno de cobardes, lleno de gente que no ha querido luchar a pesar de las adversidades; por el contrario, cuando en el segundo grupo encontraríamos a aquellos que defienden la muerte ante situaciones complicadas y quizás irreversibles. Yo no me sitúo ni en uno ni en otro, lo que si me pregunto es si alguna vez el desespero me llegaría hasta tal punto de renunciar todo lo que tengo en vida y tanto aprecio. En cierta manera siempre he pensado que suicidarse es una actitud egoísta que descuida en absoluto la soledad de los que se quedan, quizás también debería pensar en el desespero que han padecido estas personas al imaginar un futuro desolador, la verdad es que no estoy en poder de opinar sobre tal situación, ya que tengo la gran suerte de no haberme encontrado en ella. Todo ello también me lleva a reflexionar sobre la queja diaria y vacía de contenido que diariamente me veo obligada a escuchar, ya sea en círculos cerrados, en prensa, radio, televisión o en redes sociales. Me refiero a aquella gente que siempre tiene un «pero» en boca (y no por ser mallorquines…) del tipo «estoy bien, pero…» «no me ha ido mal, pero…» «me lo he pasado bien, pero…», dejando de lado directamente a todos aquellos que nadan en un mar de pesimismo crónico sin fundamento. ¿Realmente somos conscientes de la cruda realidad de un gran número de personas que nos rodean? De la noche a la mañana encontrar trabajo se ha convertido en misión imposible, se escriben más cartas de desahucio que de amor, han proliferado de una manera abrumadora las asociaciones, fundaciones y colectivos de voluntarios que sin afán de lucro ayudan a colectivos necesitados, por no hablar de la cantidad de personas que solicitan ayuda en calles, semáforos, comedores sociales… aumentan las peticiones de casas sociales, ves gente durmiendo en los coches o malviviendo en montículos, aumenta la actividad delictiva quizás ocasionada por el desespero generalizado, ya sean casos de hurto famélico o robo despiadado por falta de recursos, disminuyen salarios, florecen los números rojos cada final de mes… en fin, quizás no acabaría nunca en describir diversas situaciones cotidianas englobadas en la tan repetida «crisis». Y este no es más que un escrito de lo muchos que se están escribiendo de un tiempo a esta parte, pero es un escrito fruto de la reflexión que me originan las imágenes, noticias, vivencias y demás historias que diariamente nacen en nuestro país, y espero induzca a más de uno a evitar esas quejas innecesarias e hipócritas, levantar la vista del ombligo y dirigirla a su alrededor, para que de esta manera, si pueden hacer algo lo hagan y ¡actúen!.

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SOCIOPATÍA CRÓNICA

Se abre el telón y aparece una banda de música en un escenario. 

Extrañamente las cámaras desvían el foco de atención y giran sus luces hacía el público. Tercera fila, asiento cuarto empezando por la derecha, un hombre canta, sin seguir el ritmo, feliz y alegre, dando palmadas y cerrando los ojos para vivirlo mejor.

 

¿Qué piensa? ¿Lo ve normal? Puede que esté borracho ¿verdad? Quizás se ha tomado unas cuantas copas y ha perdido la vergüenza. ¿Qué me dice que no sigue la letra como lo hace la cantante? Claro… eso debe ser que la bebida le distorsiona el oído. Encima gesticula y da palmadas… En cambio, el resto del público le mira… no dice nada, pero piensa.

 

Ya me veo que usted callada no se va a quedar.

 

Quizás haya ingerido cierta sustancia que le hace tener alucinaciones.

 

Y en cambio, ¿usted qué hace durante el concierto? Está sentada, ni canta, ni se mueve, ni aplaude, ni baila… si es usted una persona muy correcta…

 

Y dígame, ¿Tiene ganas de cantar y de gritar?

 

¿Y por qué no lo hace? Puede que por lo que piensen los demás. Digamos que no es políticamente correcto. No vaya a ser que piensen que no está usted muy cuerda… sí sí, como usted lo piensa de aquél de la tercera fila.

 

¿Le molesta? ¿Quién le molesta, el que canta? ¿Por qué? ¿No le deja escuchar si el cantante en algún momento determinado desafina? Mira que vive usted en una sociedad prohibitiva, envuelta en la moda de los cartelitos “prohibido fumar” “prohibido entrar perros” “prohibido cámaras” “prohibido niños” y justamente aquí no ponía prohibido cantar… pronto me espero el día en el que me encuentre un cartel que diga “prohibido bajar los escalones de dos en dos, hágalo de uno en uno, si no cumple no nos hacemos responsables de los daños que se puedan originar” o mejor, uno que le puede gustar a usted, si si a usted, el o la “quejica” “Prohibido dar palmadas, sólo aplauda al unísono del público”. Si usted, como muchos lo que quieren es esta sociedad de marionetas, haga haz lo que hace el de al lado, y el de al lado, y así sucesivamente, que a lo mejor viene un lumbreras le dice que los cuerpos flotan se tira por el balcón y todo muertos.

 

¿Qué dice que se le agota la paciencia al oírle? Ya la veo como se está llenando de valentía, ¡sí señora! Porque usted es una mujer con dos ovarios bien puestos, dice las cosas como las piensa, que uno canta pues le dice que se calle, y la verdad es que yo no espero que lo haga con educación ¿para qué? Si total, cuanto más impertinente sea y más grite más se acordará el señor de usted y no lo volverá hacer.

 

¿Ha probado en pedírselo con educación, algo así como: “perdone… puede cantar más bajito si no le importa”? Ahora que le digo una cosa, si yo fuera usted me junto con él y me pongo a cantar como una loca… claro que no es lo correcto, ¡pensarían que estoy loca o borracha!

 

Déjeme cambiarle el escenario de ira y rabia a la que se encuentra sometida ahora mismo… voy a cambiarle el señor borracho, loco y drogata (según usted) por un niño de dos años. Y ahora dígame, ¿qué piensa? Quizás piense… ¡qué majo! ¿verdad?, tan pequeño y tan “saladete” con esos cánticos y esas palmadas. ¿Le molesta? ¡¡¡¡NO!!!! Pero “¡qué monada de niño!” me dice usted. O quizás su oído sea tan sumamente susceptible (…hágaselo mirar) que también le molestan los cánticos del pequeño ¿también va a ser tan impertinente usted en decirle lo que piensa como va serlo con el señor que se han sentado su lado? ¿No? Y ¿por qué no? Porque no le entendería, tiene cuatro años y ve normal que al niño le apetezca cantar. 

 

Señora: al niño igual que a usted le apetece cantar. Si bien el niño no pensará en lo que puedan estar opinando los demás, la sociedad ya se encargará de entrometerle en la lacra de los convencionalismos por los que se rige, en cambio usted ya está contaminada y envenenada por su entorno.

 

Es usted la que antes de ayer vio un documental de adaptación de personas con discapacidad intelectual (esos videos tan bonitos que hacen, con musiquita de fondo y actores de turno). Ese día se fue a dormir pensando “Hay que ver qué mala es la sociedad, qué poco ayudan… menos mal que contamos con servicios sociales y un tanto de voluntarios que luchan diariamente por su integración. Si yo pudiera también lo haría”.

 

Pues usted ha tenido la oportunidad de hacerlo y no lo ha hecho, usted ha tenido la oportunidad de dejarle al señor de la tercera fila del cuarto asiento empezando por la derecha cantar y ser feliz, y ha tenido que soltar un sinfín de palabras peyorativas, impertinentes y despectivas para que se callara. Le ha extrañado que usted reaccionara así, porque para él es algo muy normal, como para mí, y para muchos que no vivimos en su mundo de ideales marcados y de hipócritas como usted. Y él no le replicará lo dicho, pero ya me encargo de hacerlo yo, por él, por mí y por no volverme a encontrar con una persona como usted, no pienso callarme nunca ante actitudes como la suya.

 

Quizás se sienta victoriosa tras su actuación estelar, ha logrado decir las peores frases que su mente jamás habrá ideado, pero déjeme decirle que usted ha quedado como la persona más incomprensiva, mal educada e impertinente que he conocido en hace mucho tiempo, y el hombre de la tercera fila de la cuarta silla por la derecha sigue hoy cantando y dando palmas, porque sus palabras le han entrado por un oído y le han salido por el otro… ya ve señora… ¡cosas que tiene la gente que para usted no son normales! 

Hechos reales: vividos viendo el circo del sol el  4 de enero de 2012.

¡Qué suerte tengo de tener a Sergio a mi lado! 

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CONCEDER LIBERTAD A UN PRESO

 

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Quizás haya necesitado cinco años de carrera y tres años de oposición para entender porque hoy en día se toman decisiones de este tipo. Conocer los pensamientos de autores como Von Lieszt, Bendhing o Feurbach, me han llevado a comprender los principios de nuestro ordenamiento jurídico penal. Estudiar la génesis del derecho penal, su evolución con sus incesantes discusiones doctrinales sobre el sentido de la pena o la teoría del delito, me hacen defender a ultranza nuestro sistema, sin perjuicio de considerar que determinadas categorías delictivas deberían someterse a debate, entiendo y defiendo sus líneas generales.

 

Tomando este tipo de decisiones es donde mayor imparcialidad debe demostrar un juez o un tribunal. A la hora de decidir sobre la privación de libertad de un acusado. Un juez no debe involucrarse en los hechos cometidos, sino centrarse en aplicar la ley en cada caso, con racionalidad y prudencia, recordando que el derecho penal se asienta en el principio de subsidiariedad, de ultima ratio, es decir, derecho al que se debe recurrir siempre y cuando no haya otra solución menor perjudicial. Nuestro sistema de leyes es conjunto conglomerado y homogéneo, que en mayor o menor medida pretende navegar con un mismo rumbo, encaminar las leyes por el mimo camino, interpretándolas según su sentido y según la realidad social en la que deben ser aplicadas. Todo influye a la hora de la interpretación, lógico es que las leyes no se interpretan igual en un estado democrático que en un estado autocrático. La democracia supone, entre otros muchos postulados, reconocer los derechos de la persona como tal, sin distinciones. Se es persona, y se tienen derechos inherentes que jamás deben ser conculcados, salvo los casos expresamente mencionados en la ley, y aún en estos casos debe realizarse una interpretación restrictiva. Así lo reconoce nuestro texto constitucional, fiel imagen de cualquier constitución democrática. La dignidad de la persona, y los derechos inherentes que le son reconocidos, son principios ontológicos, son algo más que un derecho fundamental, se consideran como las bases para proceder la interpretación de cualquier norma en nuestro ordenamiento jurídico.

 

Partiendo de esta premisa, el ordenamiento penal persigue la aplicación de sus penas en aras a la resocialización y reintegración del ciudadano en la sociedad, dependiendo de las penas previstas para los delitos que se hubieren cometido, la legislación penitenciaria incorpora mayor o menor rigor para conceder la libertad. Analizando los puntos anteriormente mencionados, reconociendo que estamos en un estado de derecho, social y democrático, privaciones de libertad permanentes no tienen sentido en nuestro ordenamiento, y si así se quisiera incorporar, debería procederse a una revisión absoluta de todo lo regulado. La pena no es un fin, sino un medio. No debe entenderse como un castigo, sino como un mecanismo de prevención, el evitar la reiteración futura. Cuando la pena establecida deja de cumplir esta función, ya que la resocialización en esta caso no caben por la inminente pérdida de vida a causa de su enfermedad terminal, deja de tener sentido su aplicación. Juegan en esta decisión los principios humanitarios, la dignidad de la persona y el derecho a una muerte digna.

 

Si cada tribunal decidiera pensando en la crueldad de los hechos cometidos, poniéndose en situación de las víctimas como intentan hacernos ver muchos medios de comunicación, nos encontraríamos ante un poder judicial corrupto, no independiente y no imparcial. La tarea de nuestros juzgadores no es fácil, y menos en materia penal. Lo fácil hoy es criticar la decisión tomando por el Juez de Castro, lo fácil es pensar en las atrocidades que cometió el reo años atrás, en las familias de las víctimas y en las consecuencias que sobre ellas puede pesar una decisión de este calibre. Pero lo difícil, es entender el por qué de nuestras normas, saber aplicarlas según su sentido y finalidad, entender por qué nuestra constitución siempre protege a la persona y a los derechos que les rodea, para qué deben aplicarse las penas, qué penas deben aplicarse, y cómo debe hacerse. Tratar en situaciones límite a los reos como personas.

 

Después de esta difícil reflexión acabo pensado que a más de uno le gustaría volver a los inicios del derecho romano, donde se aplicaba la capita diminutio maxima y la ley del talión. Entender que la persona deja de ser persona no por fallecer, tal y como reconoce como única causa de extinción de la personalidad hoy nuestro código civil, sino que también puede dejar de serlo por su pérdida de libertad. Tratarlo como objeto y no como sujeto desde el momento en el que ingresa en prisión. Aplicarle las consecuencias en atención a sus acciones. Tú matas, te matan, tú quemas, te queman, tú pegas, te pegan. Época donde reinaba la esclavitud y la mendicidad, el absolutismo, las clases sociales, la incoherencia, el afán de poder… después de años y años de lucha por conseguir un estado donde los derechos de las personas sean reconocidos y protegidos.

 

 
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RESCATANDO DEL BAÚL DE LOS RECUERDOS QUE EL RELATO QUE CUENTA CÓMO FUI DE BARCELONA A GIRONA Y VOLVÍ EN EL MISMO DÍA, INTERCALANDO UNA CLASE DE SPINNING ENTRE MEDIO, 220 KM 10 HORAS Y 14 MINUTOS.


BGB 220

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Un día caluroso de verano del año 2010 me propusieron ir a Gerona y volver en bici, como acompañante para hacer un clase de ciclo indoor, en la que yo participaría como alumna. Aquel día dije que sí, pensando que tendría tiempo para entrenarme y concienciarme de los 220 km que me esperaban por delante.

Fueron pasando los días, y sin darme cuenta llegó el gran momento. Compramos las luces para nuestra vuelta nocturna, barritas energéticas, geles…

Nos levantamos temprano, preparamos la mochila, nos pusimos el maillot, el culotte, los automáticos, casco, guantes, preparamos la bici, llenamos los bidones, cogimos aire y listos, el reto estaba apunto de dar comienzo.

La primera dosis de energía fue más bien escasa, intenté desayunar pero tenía el estómago cerrado, así que me limité al café con leche, preparamos los bocatas y pensé que tarde o temprano se me abriría el apetito. Y así fue, nuestra primera parada técnica fue para saborear una nueva adquisición energética, que al final resultaron ser unas gominolas como las que puedes conseguir en cualquier quiosco, imagino que al haberlas comprado en una tienda ideada para la ocasión deberían tener algún tipo de energía que las chucherías caseras no deben contener, pero aún así, bienvenidas fueron, el apetito se fue saciando, y fui ganando fuerzas.

Me sentía realmente bien, pedaleaba con fuerza, el cuentakilómetros iba avanzando, al igual que las horas y la mañana. Iba bien abrigada, pues ya conozco mi temperatura corporal, cualquiera diría que nací en el norte, con tan poca tolerancia al frío, así que el windstopper no me abandonó durante todo el camino, a pesar de sudar, ahí seguía con él, pues después de una dura subida, en el que notas que los cuádriceps te queman, que la espalda se contrae, que las pulsaciones se aceleran, viene la bajada (ya se sabe, todo lo que sube, baja), y con ello el viento, el aire, la brisa, y el sudor del cuerpo que se convierte en agua helada. 

Llegó la primera parada técnica, para saborear el bocata de jamón y queso que nos habíamos preparado, los bidones de agua empezaban a estar bajo mínimos. Nos sentamos en la parada de autobús, de no sé donde, y engullimos los bocatas. Habíamos repuesto gasolina, y ya estábamos listos para seguir con el viaje.

Nos adentramos en la nacional que nos llevaría de camino a Gerona. Se puede decir que fue el peor tramo del trayecto, después de pasar por pueblos envidiables, con el mar de lado, casas de encanto, lugareños entrañables, en particular pasamos por Mataró, Vilassar de Mar, Premià de Mar, Sant Andreu de Llavaneres, Arenys de Mar, Pineda de Mar… en fin costeando el Maresme. Me iba fijando en las casas, iba imaginando la gente de ahí viviendo en las casas, miraba la playa, la gente en la playa, los restaurantes, con el olor a comida que llamaban la atención a mi paladar, los hoteles, hostales, bares de carretera, etc. y lo dicho, llegamos al peor tramo, el tramo de carretera, donde lo único que pudimos observar eran camiones, coches, contaminación y “señoritas de servicio social” en los arcenes, mejor me ahorro esta parte, porque éste pretende ser un escrito emotivo para la posteridad, y si bien todo relato debe contener su parte positiva y su parte negativa, dejaré que esta última para los 40 últimos km que es lo que importa.

Así que pasada esta fase, empezamos a notar un poco de cansancio, pero teníamos la conciencia y la mente preparadas, les habíamos dejado claro que estas 5 horas tan sólo eran el comienzo de un largo día.

Me fijé en el reloj, marcaban las 14h del medio día, el cuentakilómetros ya estaba apunto de alcanzar los 100km (ya había hecho más que una distancia de una medio ironman en el tramo de bicicleta) y ya empecé a ver los carteles que indicaban Gerona y no acompañaban la distancia en km que restaban, eso significaba que estábamos cerca. Y efectivamente, después de un pequeño lío debido a las obras, y por todos es bien sabido que si la señalización la mayor parte de las ocasiones es pésima, no digamos ya cuando está la carretera en obras. Así que preguntamos a un señor, del lugar, con su bastón y su “sinquehacer” observando los coches pasar, cómo llegar hasta Gerona, y en 6km estuvimos ahí.

Lo primero, sin pensarlo dos veces, era buscar un restaurante, eso sí, con terraza y que no tengan reservado el derecho de admisión, ya que con nuestros atuendos y con lo poco aseados que íbamos, creo que hubiesen hecho gran uso de él.

Así que a las 15h nos estábamos sentando, la verdad que era un lugar que superaba con creces nuestras expectativas, tenía un buen menú, y asequible de precio, y además, sin quererlo, en la parte a de atrás de la tarjeta informativa que nos habían proporcionado por si algún día nos apetece volver, había un mapa donde ubicaba el restaurante a escasos metros del gimnasio al que teníamos que ir, ¡qué suerte la nuestra!

Las cosas de momento iba perfecto, habíamos agotado parte de nuestros suministros, nos habíamos parado dos veces a comprar agua y rellenar los bidones, y las piernas estaban con fuerzas pero cansadas, algo agarrotadas, pero todavía les quedaba jugo que exprimir.

Comimos bien, llenamos los depósitos necesarios de energía para poder continuar. Y se puede decir que aquí vino el primer bajón, porque si durante un día normal, sin grandes esfuerzos, la digestión produce una ligera somnolencia, con 5 horas de ruta y 110 kilómetros a las espaldas esa ligera se transformó en una gran somnolencia. Gracias a la dosis de cafeína de nuestros respectivos cortados, y una vez más el toque de atención a nuestra mente y a nuestro motor motivador, fuimos capaces de levantarnos de la silla, volver a subirnos a la bici y dirigirnos hacia el gimnasio. Eso sí, después de haber comentado lo bien que estaríamos en una hamaca, en una cama, en un sofá, aunque sólo fuera por 15 minutos.

Ya eran las 16h de la tarde, justo hacía 7 horas que habíamos salido de casa. Y a las 18.30h teníamos la clase de spinning. Llegamos la gimnasio, pudimos ducharnos, lo que nos permitió salir renovados, y nos fuimos a tomar un café y un té. Dejamos que pasaran las horas de la tarde, nos reíamos, comentábamos la aventura y sobretodo nos concienciábamos de lo que iba a llegar, se puede decir que la verdadera aventura, todavía no había empezado.

El reloj marcaba las 18.30h, y empezábamos a pedalear, de nuevo, pero esta vez sin contar kilómetros, sino siguiendo las revoluciones de la música y en una bici estática. Fue una gran clase de ciclo indoor, qué menos con el calibre del instructor que teníamos, había buen ambiente y aforo. La disfruté muchísimo, hice más de lo que esperaba hacer, y durante los últimos minutos empezó a rondar por mi mente la idea de que me quedaba la vuelta a Barcelona.

Nos volvimos a duchar, volvimos a vestir nuestros respectivos atuendos, preparamos las luces, me abrigué algo más, y de nuevo ahí me encontraba encima de la bici, lista para hacer 110 km más, ya eran las 20h, el sol había decidido abandonarnos y la noche empezaba a aparecer, con sus respectivas connotaciones a las que cuales haré alusión detenidamente después, pues la ocasión lo merece.

Ya me habían advertido que rodar de noche es diferente, despierta sentimientos contra los que, a ciencia cierta puedo decir, tienes que luchar. Si en la vida cotidiana debes siempre buscarle la cara positiva a todo lo que te sucede para poder afrontar los obstáculos, superarlos, superarte, aprender y seguir, aquí es una de estas ocasiones, que aunque no lo quieras, parece que no eres la misma persona de día y de noche. La luz solar, la claridad del día, la visibilidad, produce cierta tranquilidad y esperanza, optimismo y positividad, que quizás no sepas apreciar, si no vives la misma experiencia con la luz de la luna, la oscuridad y la penumbra.

Así que aquí empezaron a aparecer estos sentimientos de los que os hablo, si bien no al principio, pues los focos de la ciudad sustituyen artificialmente la luz del día, sí que iban apareciendo a los pocos minutos de rodar.

Suerte de la buena luz que llevábamos en la bici, aún así, podíamos vislumbrar el camino no más allá de 100m, alrededor todo era oscuro, todo el paisaje que había observado durante el camino había desaparecido, estaba ahí, pero dormido, escondido tras la oscuridad, el ruido de los coches se había sustituido por ruidos extraños, digamos que ruidos nocturnos, sin detenerme bien a saber de dónde provenían, y sin intención de hacerlo.

Y aquí empezó la lucha, el combate entre mi fuerza interior, mi meta alcanzar, y el sueño, el hambre y el cansancio. Ni el mejor derbi, ni la mejor carrera, ni el mejor combate era comparable con esta batalla. La iba a ganar, la quería a ganar, pasara lo que pasara, no me iba a permitir subirme a un tren y bajarme de la bici, sino era porque ya no pudiera pedalear, por estar en un estado de inconsciencia absoluta. Y aquí es cuando muchos de vosotros no me entenderéis, quizás los que no hayáis vivido una experiencia similar, o los que no os marquéis retos parecidos, o los que no practiquéis este deporte, o simplemente porque no entendáis que este sufrimiento es el mayor placer jamás vivido. Se puede decir que hasta el km 180 todo fue “bien”, las complicaciones se iban superando poco a poco, e incluso disfrutaba del paisaje, de los campos iluminados por la luz de la luna, de la noche, del cielo, de las nubes, e incluso todavía disfrutaba de rodar, de mi flaca, de la compañía y de estar ahí (por cierto, ya había completado la distancia de bici de una ironman).

A partir de aquí, empecé a decaer, pero jamás, en ningún momento se me pasó por la cabeza coger el tren, de hecho lo vi pasar, y en un primer momento no lo quise mirar, pues pensé que estaba en una situación algo vulnerable, y consecuentemente influenciable, y el sonido de las ruedas pasando por la vía podía acaparar mi atención y ganarme la batalla. Al final acabé mirándolo, lo vi pasar, lo dejé pasar y me dije qué mejor asiento que en el que estoy sentada ahora, a pesar de la incomodidad, de que la badana dejara de hacer su función y empezando a notar cierto dolor por haber estado manteniendo durante tanto tiempo al misma postura.

Quedaban 40km, más de 2 horas, y eran las 23h de la noche. Tuve que parar, para recomponer todas las vértebras de mi espalda, para alimentarme, para beber, para coger aire, para concienciarme de lo que quedaba. Empezaba a entrar en un estado catatónico que me impedía mover las articulaciones labiales, los ojos me lloraban de cansancio y tenía la sensación de que mis piernas ya iban solas. Se me estaban agotando las frases de motivación que me repetía una y otra vez en la mente, bueno rectifico, más que agotando, es que mi mente ya estaba en stand by, en hibernación, desconexión total de comunicación entre cuerpo y mente. A partir de aquí sólo puedo decir que me dejé llevar. 10km más, y 5 más, y 2, y 10, las doce de la noche, las doce y media, la una… y la carretera no acababa, volví a pasar por los pueblos que había pasado viniendo, ahora ya no te sé decir si son entrañables o no, lo único que intentaba pensar era a qué hora había pasado por ahí para saber cuánto tiempo quedaba para llegar.

Entonces os preguntaréis, ¿llegaste, acabaste?

SÍ, LO HICE.

Apareció la diagonal (por cierto, más larga que nunca), yo empezaba a delirar, no podía mirar las líneas discontinuas del suelo, pues se convirtieron en mis peores enemigas, las veía por todas partes, dobladas, triplicadas, con puntitos, en fin, para qué emborracharse, vete a hacer 200km en bici, es peor que estar bajo los efectos del alcohol más fuerte, y encima no te estás destrozando el hígado, bueno vale, las piernas sí, pero estarás más fuerte.

Superé la diagonal, lenta, muy lenta, los kilómetros por no decirte ya los metros, a penas avanzaban, y en cambio el tiempo en una velocidad con creces superiormente proporcional.

Y de repente. Miro el cuenta kilómetros, 219, tan sólo uno, tan solo unos minutos, y lo había conseguido, aunque en aquel momento no era consciente de nada, ni siquiera de mi misma. Era como si mi yo hubiera desaparecido, como aquel mito de la caverna que nos explicaban de pequeños en filosofía, diferenciando cuerpo y alma, pues ahí estaba yo de cuerpo presente y de alma perdida. Además llevaba 40km sin beber ni comer, graso error, no sé si por la fuerza, o por aquel corte de transmisión de mente a cuerpo que ni siquiera era capaz de mandarme las señales vitales.

 
 
 

9 de la mañana del día siguiente. Ya soy consciente, ya vuelvo a ser yo, a penas puedo moverme, pero estoy con fuerzas, recuperada y descansada. Y con ganas de gritarle al mundo que lo conseguí, que lo hice, que me fui a Gerona en bici, hice una clase de spinning, y a las 2 de la mañana estaba llegando a Barcelona, 10 horas y 14 minutos, 220 km en bici, y soy la mujer más feliz del mundo. Me he superado, he podido, lo he conseguido, me he demostrado a mi misma que la imposibilidad de las cosas la marcas tú, que si quieres puedes, que la fuerza de la mente es superior a cualquier energía, a cualquier potencia, que yendo en bici disfrutas de cosas que jamás podrás hacer de cualquier manera, que la vida está para retarte, que la monotonía no está hecha para mí, que sí, que soy ambiciosa, y que avanzo cuando me supero, que me encanta demostrarme que puedo alcanzar cimas altas, que no me quedo en estos retos, que quiero más, y la felicidad es construcción particular y personal de cada uno.

 

Y ya han pasado dos días, y ya vuelvo a tener ganas de ir en bici, esta mañana, al salir a la calle, al ser festivo, he visto a unas cuantas personas emprender su ruta particular, y he sentido envidia, después de 48 horas de haber completado 220km.

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BIENVENIDOS AL SIGLO XXI SR. WERT

Ustedes se han vueltos locos? Voy a intentar mantener mi más sincero respeto, porque si algo he adquirido tras largos años de educación en una escuela laica junto a mis compañeros y compañeras, es que nunca debo perder la calma, siempre debo dar mi opinión desde el respeto y la educación, por lo tanto voy a intentar ser lo más correcta posible, a pesar de mi irritación aguda tras escuchar sus declaraciones en el día de hoy.

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Vamos a ver si lo tengo claro… Pretenden emprender modificaciones legislativas (ya que bien pueden hacerlo en absoluta soledad sin ningún tipo de oposición, en esta democracia tan poco demócrata) para permitir financiar a escuelas concertadas donde se imparte educación a personas agrupadas en diferentes sexos. Y mi pregunta, antes de hacer cualquier tipo de reflexión sobre su abrumantes fundamentaciones al respecto, es, al más puro estilo Mourinho ¿por qué?.

¿Qué ven de positivo en ofrecer educación separada por sexos? ¿A caso es que las mujeres necesitan asignaturas como cocina y costura, y lo hombres de carpintería y fontanería? ¿O es que consideran que no es tan igualmente capacitados para recibir educación conjunta?. Algunos compañeros de su partido defienden su medida, como la Presidenta de la Comunidad de Madrid, basándose en la educación de otro países, como Reino Unido.

Pues bien, si así deciden engañarnos, déjeme que desde mi humilde morada haga una reflexión básica y simple sobre conceptos suficientemente asentados que, una de dos, o ustedes pretenden alterar o es que no se han enterado ni en que país vivimos ni en que siglo nos encontramos.

Partimos de su más sagrada carta magna, la lex superior, la ley de leyes, el mandato supremo, ambigua en sí pero que en algunas materias no da lugar a confusión. Esa ley a la que usted ha hecho referencia en sus alegaciones señor ministro, haciéndonos creer que tal medida esta amparada en sus valores superiores, déjeme dudar que se encuentre amparada en la igualdad, valor superior del ordenamiento jurídico. No está de más recordar que el artículo 16 consagra el estado aconfesional, que el artículo 9.2 determina la obligación de los poderes públicos de promover las condiciones para que la igualdad del individuo y de los grupos donde se encuentre sea real y efectiva, el artículo 14 establece la prohibición a la discriminación, y que muy a su pesar, la Ley Orgánica 3/2007 de igualdad entre mujeres y hombres, basándose en estos dos últimos preceptos que le acabo de remarcar, establece la prohibición de discriminación por motivos de sexo en todos los ámbitos, la eliminación de la discriminación de la mujer en cualquiera de los ámbitos de su vida y la obligación de todos los poderes públicos de actuar en tal consideración (le recuerde que el término Poderes Públicos, le incumbe a usted y a los suyos). Por si se había olvidado, le recuerdo en nombre de muchísimas famílias que a día de hoy siguen sufriendo, que está patente de un tiempo a esta parte en nuestro país un grave problema llamado Violencia de Género, que aunque a la ministra de turno le chirrie a los oidos, llámelo A o llámelo B, estamos hablando de la violencia ejercida del hombre sobre la mujer, tal y como indica la Ley Orgánica 1/2004. Que a consecuencia de las trágicas y sucesivas muertes acaecidas años atrás, se crearon juzgados especializados, se estableció un servicio coordinado y cualificado de atención a nivel autonómico y, sobretodo de prevención, para erradicar esta situación, sistema que ustedes se han propuesto demoler, elimiando cualquier tipo de subvención. Si se detienen a leer la exposición de motivos de la ley que les acabo de mencionar, tras un riguroso estudio constatan que la semilla de la violencia de género se encuentra en la desigualdad, la manifestación de poder que siempre el hombre ha tenido sobre la mujer. Por ello, se está intentando tratar este tema a nivel internacional y nacional para conseguir acabar con ello, entre otras cosas eliminando cualquier tipo de diferencia entre sexos, tal y como la ley aboga, dentro de sus medidas de actuación en el campo educactivo desde instancias inferiores de educación hasta niveles superiores. Pero ustedes se empeñan en cambiar el camino, en retroceder, en volver a los tiempos en que la madre se quedaba en casa para prepararle la comida al marido, dejarle la ropa planchada y aguantar sus laentables gritos al llegar a casa porque una reunión de trabajo no había salido bien. Y quizás, si la comida estaba demasiado salada, sería capaz de tirársela por la cabeza a su mujer, en presencia de sus hijos.

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No tienen dinero para financiar escuelas públicas, para financiar investigaciones que tanta falta hacen para acabar con enfermedades terminales que se padecen en la actualidad, ustedes no tienen dinero para mantener asistencia básica para personas con discapacidad, ni tan siquiera, como antes he mencionado, para mantener organismos que luchan por atender a colectivos débiles como son las mujeres víctimas de violencia de género, pero ahora resulta, que de la manga se sacan una cantidad importante para blindar a 70 colegios, ni más ni menos.

Financiando colegios donde prima la desigualdad y dejando de financiar instituciones donde promueven mediante acción postitiva la integración de las mujeres en todos los ámbitos de la sociedad, van a conseguir, que de aquí unos años, mi hija le tenga que pedir permiso a su padre para poder estudiar, a mí no, por supuesto… ¡que soy mujer!

Pd. Sra Presidenta de la Comunidad de Madrid, si Inglaterra es su premisa para dar ejemplos sobre educación, debería usted saber que por aula tienen entre 15 y 18 alumnos, no 40 como se proponen ustedes.

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