BGB 220
Un día caluroso de verano del año 2010 me propusieron ir a Gerona y volver en bici, como acompañante para hacer un clase de ciclo indoor, en la que yo participaría como alumna. Aquel día dije que sí, pensando que tendría tiempo para entrenarme y concienciarme de los 220 km que me esperaban por delante.
Fueron pasando los días, y sin darme cuenta llegó el gran momento. Compramos las luces para nuestra vuelta nocturna, barritas energéticas, geles…
Nos levantamos temprano, preparamos la mochila, nos pusimos el maillot, el culotte, los automáticos, casco, guantes, preparamos la bici, llenamos los bidones, cogimos aire y listos, el reto estaba apunto de dar comienzo.
La primera dosis de energía fue más bien escasa, intenté desayunar pero tenía el estómago cerrado, así que me limité al café con leche, preparamos los bocatas y pensé que tarde o temprano se me abriría el apetito. Y así fue, nuestra primera parada técnica fue para saborear una nueva adquisición energética, que al final resultaron ser unas gominolas como las que puedes conseguir en cualquier quiosco, imagino que al haberlas comprado en una tienda ideada para la ocasión deberían tener algún tipo de energía que las chucherías caseras no deben contener, pero aún así, bienvenidas fueron, el apetito se fue saciando, y fui ganando fuerzas.
Me sentía realmente bien, pedaleaba con fuerza, el cuentakilómetros iba avanzando, al igual que las horas y la mañana. Iba bien abrigada, pues ya conozco mi temperatura corporal, cualquiera diría que nací en el norte, con tan poca tolerancia al frío, así que el windstopper no me abandonó durante todo el camino, a pesar de sudar, ahí seguía con él, pues después de una dura subida, en el que notas que los cuádriceps te queman, que la espalda se contrae, que las pulsaciones se aceleran, viene la bajada (ya se sabe, todo lo que sube, baja), y con ello el viento, el aire, la brisa, y el sudor del cuerpo que se convierte en agua helada.
Llegó la primera parada técnica, para saborear el bocata de jamón y queso que nos habíamos preparado, los bidones de agua empezaban a estar bajo mínimos. Nos sentamos en la parada de autobús, de no sé donde, y engullimos los bocatas. Habíamos repuesto gasolina, y ya estábamos listos para seguir con el viaje.
Nos adentramos en la nacional que nos llevaría de camino a Gerona. Se puede decir que fue el peor tramo del trayecto, después de pasar por pueblos envidiables, con el mar de lado, casas de encanto, lugareños entrañables, en particular pasamos por Mataró, Vilassar de Mar, Premià de Mar, Sant Andreu de Llavaneres, Arenys de Mar, Pineda de Mar… en fin costeando el Maresme. Me iba fijando en las casas, iba imaginando la gente de ahí viviendo en las casas, miraba la playa, la gente en la playa, los restaurantes, con el olor a comida que llamaban la atención a mi paladar, los hoteles, hostales, bares de carretera, etc. y lo dicho, llegamos al peor tramo, el tramo de carretera, donde lo único que pudimos observar eran camiones, coches, contaminación y “señoritas de servicio social” en los arcenes, mejor me ahorro esta parte, porque éste pretende ser un escrito emotivo para la posteridad, y si bien todo relato debe contener su parte positiva y su parte negativa, dejaré que esta última para los 40 últimos km que es lo que importa.
Así que pasada esta fase, empezamos a notar un poco de cansancio, pero teníamos la conciencia y la mente preparadas, les habíamos dejado claro que estas 5 horas tan sólo eran el comienzo de un largo día.
Me fijé en el reloj, marcaban las 14h del medio día, el cuentakilómetros ya estaba apunto de alcanzar los 100km (ya había hecho más que una distancia de una medio ironman en el tramo de bicicleta) y ya empecé a ver los carteles que indicaban Gerona y no acompañaban la distancia en km que restaban, eso significaba que estábamos cerca. Y efectivamente, después de un pequeño lío debido a las obras, y por todos es bien sabido que si la señalización la mayor parte de las ocasiones es pésima, no digamos ya cuando está la carretera en obras. Así que preguntamos a un señor, del lugar, con su bastón y su “sinquehacer” observando los coches pasar, cómo llegar hasta Gerona, y en 6km estuvimos ahí.
Lo primero, sin pensarlo dos veces, era buscar un restaurante, eso sí, con terraza y que no tengan reservado el derecho de admisión, ya que con nuestros atuendos y con lo poco aseados que íbamos, creo que hubiesen hecho gran uso de él.
Así que a las 15h nos estábamos sentando, la verdad que era un lugar que superaba con creces nuestras expectativas, tenía un buen menú, y asequible de precio, y además, sin quererlo, en la parte a de atrás de la tarjeta informativa que nos habían proporcionado por si algún día nos apetece volver, había un mapa donde ubicaba el restaurante a escasos metros del gimnasio al que teníamos que ir, ¡qué suerte la nuestra!
Las cosas de momento iba perfecto, habíamos agotado parte de nuestros suministros, nos habíamos parado dos veces a comprar agua y rellenar los bidones, y las piernas estaban con fuerzas pero cansadas, algo agarrotadas, pero todavía les quedaba jugo que exprimir.
Comimos bien, llenamos los depósitos necesarios de energía para poder continuar. Y se puede decir que aquí vino el primer bajón, porque si durante un día normal, sin grandes esfuerzos, la digestión produce una ligera somnolencia, con 5 horas de ruta y 110 kilómetros a las espaldas esa ligera se transformó en una gran somnolencia. Gracias a la dosis de cafeína de nuestros respectivos cortados, y una vez más el toque de atención a nuestra mente y a nuestro motor motivador, fuimos capaces de levantarnos de la silla, volver a subirnos a la bici y dirigirnos hacia el gimnasio. Eso sí, después de haber comentado lo bien que estaríamos en una hamaca, en una cama, en un sofá, aunque sólo fuera por 15 minutos.
Ya eran las 16h de la tarde, justo hacía 7 horas que habíamos salido de casa. Y a las 18.30h teníamos la clase de spinning. Llegamos la gimnasio, pudimos ducharnos, lo que nos permitió salir renovados, y nos fuimos a tomar un café y un té. Dejamos que pasaran las horas de la tarde, nos reíamos, comentábamos la aventura y sobretodo nos concienciábamos de lo que iba a llegar, se puede decir que la verdadera aventura, todavía no había empezado.
El reloj marcaba las 18.30h, y empezábamos a pedalear, de nuevo, pero esta vez sin contar kilómetros, sino siguiendo las revoluciones de la música y en una bici estática. Fue una gran clase de ciclo indoor, qué menos con el calibre del instructor que teníamos, había buen ambiente y aforo. La disfruté muchísimo, hice más de lo que esperaba hacer, y durante los últimos minutos empezó a rondar por mi mente la idea de que me quedaba la vuelta a Barcelona.
Nos volvimos a duchar, volvimos a vestir nuestros respectivos atuendos, preparamos las luces, me abrigué algo más, y de nuevo ahí me encontraba encima de la bici, lista para hacer 110 km más, ya eran las 20h, el sol había decidido abandonarnos y la noche empezaba a aparecer, con sus respectivas connotaciones a las que cuales haré alusión detenidamente después, pues la ocasión lo merece.
Ya me habían advertido que rodar de noche es diferente, despierta sentimientos contra los que, a ciencia cierta puedo decir, tienes que luchar. Si en la vida cotidiana debes siempre buscarle la cara positiva a todo lo que te sucede para poder afrontar los obstáculos, superarlos, superarte, aprender y seguir, aquí es una de estas ocasiones, que aunque no lo quieras, parece que no eres la misma persona de día y de noche. La luz solar, la claridad del día, la visibilidad, produce cierta tranquilidad y esperanza, optimismo y positividad, que quizás no sepas apreciar, si no vives la misma experiencia con la luz de la luna, la oscuridad y la penumbra.
Así que aquí empezaron a aparecer estos sentimientos de los que os hablo, si bien no al principio, pues los focos de la ciudad sustituyen artificialmente la luz del día, sí que iban apareciendo a los pocos minutos de rodar.
Suerte de la buena luz que llevábamos en la bici, aún así, podíamos vislumbrar el camino no más allá de 100m, alrededor todo era oscuro, todo el paisaje que había observado durante el camino había desaparecido, estaba ahí, pero dormido, escondido tras la oscuridad, el ruido de los coches se había sustituido por ruidos extraños, digamos que ruidos nocturnos, sin detenerme bien a saber de dónde provenían, y sin intención de hacerlo.
Y aquí empezó la lucha, el combate entre mi fuerza interior, mi meta alcanzar, y el sueño, el hambre y el cansancio. Ni el mejor derbi, ni la mejor carrera, ni el mejor combate era comparable con esta batalla. La iba a ganar, la quería a ganar, pasara lo que pasara, no me iba a permitir subirme a un tren y bajarme de la bici, sino era porque ya no pudiera pedalear, por estar en un estado de inconsciencia absoluta. Y aquí es cuando muchos de vosotros no me entenderéis, quizás los que no hayáis vivido una experiencia similar, o los que no os marquéis retos parecidos, o los que no practiquéis este deporte, o simplemente porque no entendáis que este sufrimiento es el mayor placer jamás vivido. Se puede decir que hasta el km 180 todo fue “bien”, las complicaciones se iban superando poco a poco, e incluso disfrutaba del paisaje, de los campos iluminados por la luz de la luna, de la noche, del cielo, de las nubes, e incluso todavía disfrutaba de rodar, de mi flaca, de la compañía y de estar ahí (por cierto, ya había completado la distancia de bici de una ironman).
A partir de aquí, empecé a decaer, pero jamás, en ningún momento se me pasó por la cabeza coger el tren, de hecho lo vi pasar, y en un primer momento no lo quise mirar, pues pensé que estaba en una situación algo vulnerable, y consecuentemente influenciable, y el sonido de las ruedas pasando por la vía podía acaparar mi atención y ganarme la batalla. Al final acabé mirándolo, lo vi pasar, lo dejé pasar y me dije qué mejor asiento que en el que estoy sentada ahora, a pesar de la incomodidad, de que la badana dejara de hacer su función y empezando a notar cierto dolor por haber estado manteniendo durante tanto tiempo al misma postura.
Quedaban 40km, más de 2 horas, y eran las 23h de la noche. Tuve que parar, para recomponer todas las vértebras de mi espalda, para alimentarme, para beber, para coger aire, para concienciarme de lo que quedaba. Empezaba a entrar en un estado catatónico que me impedía mover las articulaciones labiales, los ojos me lloraban de cansancio y tenía la sensación de que mis piernas ya iban solas. Se me estaban agotando las frases de motivación que me repetía una y otra vez en la mente, bueno rectifico, más que agotando, es que mi mente ya estaba en stand by, en hibernación, desconexión total de comunicación entre cuerpo y mente. A partir de aquí sólo puedo decir que me dejé llevar. 10km más, y 5 más, y 2, y 10, las doce de la noche, las doce y media, la una… y la carretera no acababa, volví a pasar por los pueblos que había pasado viniendo, ahora ya no te sé decir si son entrañables o no, lo único que intentaba pensar era a qué hora había pasado por ahí para saber cuánto tiempo quedaba para llegar.
Entonces os preguntaréis, ¿llegaste, acabaste?
Apareció la diagonal (por cierto, más larga que nunca), yo empezaba a delirar, no podía mirar las líneas discontinuas del suelo, pues se convirtieron en mis peores enemigas, las veía por todas partes, dobladas, triplicadas, con puntitos, en fin, para qué emborracharse, vete a hacer 200km en bici, es peor que estar bajo los efectos del alcohol más fuerte, y encima no te estás destrozando el hígado, bueno vale, las piernas sí, pero estarás más fuerte.
Superé la diagonal, lenta, muy lenta, los kilómetros por no decirte ya los metros, a penas avanzaban, y en cambio el tiempo en una velocidad con creces superiormente proporcional.
Y de repente. Miro el cuenta kilómetros, 219, tan sólo uno, tan solo unos minutos, y lo había conseguido, aunque en aquel momento no era consciente de nada, ni siquiera de mi misma. Era como si mi yo hubiera desaparecido, como aquel mito de la caverna que nos explicaban de pequeños en filosofía, diferenciando cuerpo y alma, pues ahí estaba yo de cuerpo presente y de alma perdida. Además llevaba 40km sin beber ni comer, graso error, no sé si por la fuerza, o por aquel corte de transmisión de mente a cuerpo que ni siquiera era capaz de mandarme las señales vitales.
9 de la mañana del día siguiente. Ya soy consciente, ya vuelvo a ser yo, a penas puedo moverme, pero estoy con fuerzas, recuperada y descansada. Y con ganas de gritarle al mundo que lo conseguí, que lo hice, que me fui a Gerona en bici, hice una clase de spinning, y a las 2 de la mañana estaba llegando a Barcelona, 10 horas y 14 minutos, 220 km en bici, y soy la mujer más feliz del mundo. Me he superado, he podido, lo he conseguido, me he demostrado a mi misma que la imposibilidad de las cosas la marcas tú, que si quieres puedes, que la fuerza de la mente es superior a cualquier energía, a cualquier potencia, que yendo en bici disfrutas de cosas que jamás podrás hacer de cualquier manera, que la vida está para retarte, que la monotonía no está hecha para mí, que sí, que soy ambiciosa, y que avanzo cuando me supero, que me encanta demostrarme que puedo alcanzar cimas altas, que no me quedo en estos retos, que quiero más, y la felicidad es construcción particular y personal de cada uno.
Y ya han pasado dos días, y ya vuelvo a tener ganas de ir en bici, esta mañana, al salir a la calle, al ser festivo, he visto a unas cuantas personas emprender su ruta particular, y he sentido envidia, después de 48 horas de haber completado 220km.